Por Almudena Jiménez.
El mes de septiembre me ha pegado un empujón por la espalda de los que yo odiaba que me dieran cuando era pequeña, y que eran odiosamente frecuentes sobre todo en la fila del comedor del colegio. No lo empiezo con buen pie ni queriendo. Y eso que quiero de veras dejar de tenerle esta manía. Paso por sus días de puntillas, mirándolos con recelo, desconfiando de sus horas, de sus lluvias, de sus llamadas de teléfono. He tratado, antes de empezar a escribir, de encontrarle una moraleja a este texto, pero sin recalar en lo que me puede hacer llegar a ella. Claro que así es imposible. Una no puede llegar a nada, desde luego no a sanar sin encontrar el origen de sus males. Septiembre siempre lograr volver a llenar el tarro y, aunque lo suyo sería toparlo de buenos y nuevos propósitos, ocurre que el camino se complica, y el primer deseo para este curso es ver este nudo y empezar, con paciencia, a desarmarlo.
A lo mejor si dejo de mirarme los adentros, si alzo la vista y veo que vivo rodeada de belleza, de personas que me quieren y de planes imposibles de rechazar -y que, sin embargo, obvio- salgo de todo este lío en el que me he metido. Sin demasiado esfuerzo, y buscando aprender algo de todo esto, podría tratar de entenderme. Podría así perdonarme por el tiempo que he perdido lamentándome. La solución es una y no todas a la vez. Abrirse unas gildas y una cerveza fresquita. Salir a un buen restaurante o a cualquier bar, al que sea. Cuidarse en un hotel que huela a madera y piedra. Escuchar a los demás. Bailar un rato en el salón. Apuntarse a algo y darlo todo en esa actividad como si fueras a ganar un premio. Que viene el fresco, que te dé en la cara, que te dé bien. Mejorar en la medida de lo posible y, sobre todo, echar el resto tratando no culparme porque a lo mejor el empujón me lo he buscado yo.
Como quien se mete en una pelea y no sabe muy bien cómo ha terminado ahí; pero ya da igual, lo importante es salir con vida, con aire en los pulmones, con los menores rasguños posibles. Septiembre se ha puesto algunos ratos puñetero, pero otros he salido a comer con mi madre, he imaginado las canciones que sonarán en mi boda, y he respirado el aire la sierra de Gredos con amigos que hacía tiempo que no veía. Se acaba este mes maldito y me sigo sintiendo como el ratón en esa caja-laberinto fabricada buscando la salida; sin embargo, después de un rato aletargado, se ha jurado por los pelos del bigote que va a encontrar la salida. No creo que, al acabar, cruce un umbral mágico que haga que todo cambie por arte de magia.
Pero este balance me ha dejado un poco más tranquila y con eso me conformo. Tampoco he dado con la moraleja que buscaba, y que siempre es un poco la misma: disfruta, no te presiones demasiado, la buena comida es la más sencilla, las croquetas de mi madre son las mejores, no pasa nada, esto también pasará. El mensaje es que el mes que viene, o antes, volveré a escribir; y tal vez vuelva a hacerlo sobre el queso buenísimo de Pili y César, o sobre el jamón que le escoge Susana a mi madre y que les da sabor a sus albóndigas. No tenerlo planeado deshará un poco más este nudo marinero que siento algo más flojo al final de esta línea.
Periodista. Escribo y hago radio local. Me gusta comer bien, mi familia, y conducir. Todo mejor en 35 mm.
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