La Taberna de Quique Leganés

Comilona Jiménez – Un ratito de nostalgia, de pureza y moscatel

May 24, 2022 | Comilona Jiménez, Cultura y Ocio, Opinión

De frente a la iglesia de San Román, una nostalgia imposible tira de mi cuerpo hacia la Puerta Osario, queriendo volver a comerme el montao de solomillito al whisky del Eme con unas almendras fritas, y que mi cuenta sea de dos columnas de números escritos a tiza en su barra metálica salpicada de cerveza, llenita de codos apoyados en ella. Pero el Eme cerró hace ya dos años, aunque no dejo de mirar su fachada, que los nuevos dueños han dejado intacta -solo eso, porque el resto ni acaricia semejante templo que, por desgracia, es cosa del pasado, que decía aquella canción hortera-.

De todos modos, enfilo Matahacas con la curiosidad que me pica ese taller de bicicletas que siempre está cerrado, pero que suele tener algún cartel en la puerta escrito a mano; y, como el cartel va cambiando –“se vende bici de niño”, “se vende bici de adulto”-, se intuye un dueño que probablemente no necesite abrir siempre, pero que existe.

Entonces, a unos metros, el marco de una puerta a pie de calle con una pizarrita colgando llama la atención de cualquiera; pero sobre todo de la mía, que olfateo la pureza de quien vende producto desde su casa, como un perro de caza a una presa ya caída. “Vinos a granel. Secos. Dulces. Blancos. Tintos. Generosos”. Su nombre oficial es El Repostaero, Peña Gastronómica; sin embargo, yo voy donde Antonio a comprar moscatel, aunque rara vez lleve el efectivo con el que solo me deja pagarle dos o tres días después.

Soy esa persona a la que la gente no conoce fuera de contexto. Esto quiere decir que en mi ciudad la gente me conoce por ser hija de mis padres y hermana de mis hermanos, o por trabajar donde trabajo. Fuera de la radio, o lejos del brazo de mi madre, ni idea de quién es esa tipa corriente que unas veces lleva gafas, y otras no. En El Repostaero la situación es parecida. Soy nuera de mi suegra, o mujer de mi mujer, aunque a Antonio sé que se lo tengo que recordar un par de veces. Le compramos decenas de litros para servir en nuestra boda, y oíamos a los invitados decir “qué rico”, y lo miraban asintiendo. Entraba solo. Cuando fuimos a recoger el moscatel -dorado y pasas-, para ese día memorable de final de marzo, con nuestros amigos Pablo y Marisa, echamos un ratito con Antonio en este universo único que es la entrada de su casa, llena de vírgenes y Semana Santa, y una foto de su boda, con un él mucho más joven, con la boca abierta por una risa que parece que se escucha. Es que Antonio se ríe bastante y a la vez te cuenta su relación con el vino, que es de toda una vida juntos. De niño, por la escasez de todo, un vaso con yema de huevo, vino y azúcar era “un chute de vitaminas que fíate tú”. El día de su boda, los buenos y bravos caldos le hicieron reencontrarse con su mujer ya no sé si dos o tres días después del enlace. Nos partimos de risa porque se parte de risa, pero la historia es más larga y las aristas preferimos no saberlas porque su mensaje final, aunque de discurso antiguo, es que disfrutemos al máximo de la venta y que vivamos a tope. Él sabe que casas como las suyas, pocas. Hemos dado con la buena. Le conté a Antonio que guardo en mis momentos favoritos tomarme mi moscatel con un buen queso, tranquila en casa, a eso de las ocho de la tarde, después de un largo día colmado de noticias que se han acumulado en mi cabeza. Y él que se alegra.

Si pudiera, elegiría el megáfono con la voz de Emeterio Serrano dando la celestial alegría de que está listo el “montaíto pa la sei” como despertador por las mañanas, y la risa de Antonio para aliviar las tardes largas, catavinos en la mano y un manchego curadísimo cortadito gordo, ese de Pili y César, amigos de Consuegra, que visitaré de nuevo este verano. Así espero que la vida sea larga, con la mirada curiosa, la nostalgia imposible, y el paladar dichoso de pureza, de lo que me ofrezcan las casas de personas amables con ganas de contarme, a ratitos, que su vida también ha sido larga.

 

La casa de Antonio, El Repostaero, con su foto de boda a la izquierda.

Almudena Jiménez

Almudena Jiménez

Periodista. Escribo y hago radio local. Me gusta comer bien, mi familia, y conducir. Todo mejor en 35 mm.

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