Por Almudena Jiménez
Me ha visto el gesto inclinado después de reservar el restaurante para nuestro sexto aniversario. Porque creo se le ha hecho poco, y lo he notado. Nos hemos inclinado ambas. Es verdad que no me he complicado, he reservado en nuestra pizzería favorita. Me he recordado un poco a Fiti, el de Los Serrano, que para cada cita especial tenía su plan fetén en el chino del barrio. Lujos de barrio. A veces la sofisticación está en los placeres que menos nos cuesta reconocer. Sofisticados a nuestra manera. Hemos sido, creo, de todas las vertientes, también de las que miraban a fondo las guías y escogían con mimo el plan para los días señalados. Una escapada, un restaurante de los que conozco el nombre del cocinero, alguno exótico y hasta una pedida de mano. Pero hemos pasado esa fase y las aventuras son otras, como calcular los días que han de pasar entre un sándwich de pastrami y otro. La primera vez que probamos las pizzas de Fratelli Figurato llevaban poco tiempo abiertos, pedimos una con mortadela y otra con calabaza, y desde entonces enrollo la pizza desde el pico hacia el borde porque me lo dijo uno de los hermanos que montó este primer localito aledaño a la calle Ponzano. Reconozco que podría haberme salido de mi propio estereotipo, pero cuando nos veo haciendo el menú de la semana o trazando recorridos en coche sin más ambición que la de echarnos unos bocatas, yo de pavo con queso y ella de sobrasada, pienso que ahí está la clase que buscaba. Pero ¿en qué nos hemos convertido? No me lo pregunto nunca. Conocemos exactamente la cantidad de atún y beicon que tiene que llevar nuestra pizza favorita, y el día que la pedimos no usamos servilletas, sino papel de cocina, y compartimos vaso.
Permitirnos ir a Trattoria Popolare (en la calle Larra de Madrid) a comernos la mejor, yo con mi sin alcohol y ella a lo mejor con una copita de vino italiano de la casa, en una mesa con mantel de cuadros, sabiendo que podríamos haber ido a cualquier lugar o habernos quedado bailando La Bilirrubina en casa, es el mejor plan posible porque no se acaba nunca. Es nuestro plan fetén. El Fiti de los planes. Es tan obvio que lo fallé en el “preguntas y respuestas sobre mi prometida” en mi despedida de soltera: “¿Cuál es su comida favorita?”, me preguntaron, y respondí que el cocido de su abuela, a lo mejor; sin embargo, había respondido que nunca se cansaba de comer pizza. A lo mejor, cuando llegue del trabajo y sea la hora de cambiarnos de ropa para acudir a esta cita de aniversario discutimos por no saber qué ropa ponernos. Suele ocurrir. Porque nos empeñamos en buscar la clase dentro del armario o dentro de una guía llena de recomendaciones finas que cada vez nos interesan menos. Estamos más en que no falte el café que cada una toma por la mañana, o en ponernos con el cuaderno de recetas que formarán parte de la familia que acabamos de empezar. La conversación se acaba cuando retomamos esa seguridad de que no hay nadie como nosotras, de que si a la pizza le han dedicado un Chef’s Table es por algo, y de que mis Veja van con sus Naguisa como mis chanclas de colores con sus cangrejeras en verano. Es un plan perfecto que no sé cuánto repetiremos y que no me preocupa nada. Lo que sobre nos los traeremos a casa porque, aunque siempre se lo he echado en cara, la conocí desayunando la pizza de la noche anterior y así me lo imagino para siempre. Vuelve el gesto a su ser, a ganar confianza. Este año nuestro aniversario cae en miércoles, y la pizza, como las primeras citas, hay que pedirla entre semana.
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