Por Almudena Jiménez
Todo empieza con un hambre que es una mechita que se enciende en algún lugar del subconsciente, y que guarda parecido con una semilla que germina y crece como un hongo. Si eres aficionado a las series apocalípticas de moda, como yo, sabrás a estas alturas que eso no acaba bien y que te convierte en un zombi que busca los ingredientes en la nevera con las manos agarrotadas y la boca desencajada. Ya me alcanza a la memoria el olor y sabor inconfundibles de eso de lo que te voy a hablar.
Pan de molde, jamón cocido de calidad, queso fundiéndose con todo al calor de la sartén, culminamos con rodajas de tomate del grosor perfecto y la cantidad exacta de mahonesa. Tapamos. Bienvenidos todos al sándwich especial. ¿Y si lo cenamos? Es la conjugación que rompe el esquema dietético de la semana pero que, al tiempo, es la melodía del mejor día porque sí. Una rumbita, por ejemplo, un martes, a cuento de nada. Lo que todos necesitábamos. Me suenan las tripas al zorongo gitano y yo no tengo mariposas, tengo el floreo de la Yerbabuena por tangos. Y eso, que no hemos llegado al primer bocado.
Hago de la mise en place el ritual que hago de todo, acompañándolo de unos golpes de caderas que no me salieron nunca en ninguna pista de baile; y así, y con mucho cuidadito también, afilo el cuchillo para que me salgan las rodajas de tomate como quiero y, unas porciones de queso del grosor justamente estudiado para que funda, pero tenga también consistencia al bocado. Por supuesto que hay mucha magia en todas las que no salen bien y van, alegres, como aperitivo animando esta preparación. Sobra decir a estas alturas que soy de las que guarda el jamón cocido en un recipiente distinto del que se lo dan porque creo que se estropea menos, aunque estéticamente me gusta ese parafinado sobre el que me lo pesan, voy viendo la cantidad y le canto “así está bien” al charcutero, suelto chascarrillo, me río más que nadie, y me marcho tan contenta.
Como el roscón en el horno los primeros días de enero, este olor a tostado cualquier día entresemana es el mejor ambientador posible. Nos gusta todo más si se hace ya en con el pijama de invierno puesto, el que tiene una franelita medio gruesa, un tacto suave pero no mucho porque está gastado, pero todavía rinde; con la camiseta de publicidad de la empresa de mi amigo Javi, que es la mejor que tengo, y con la vista puesta en ese primer bocado que da pena darlo porque es el principio del fin del más especial de todos los sándwiches. Culminamos con una cucharadita de mahonesa en el centro de pan, tapa de arriba, y extendemos con la parte convexa de la misma, que le dará el toque goloso al asunto.
Para las grietas que tienen algunos días están las tradiciones familiares que llevan como apellido “especial”. Son ese golpe de varita, ese oculus reparo que encima sabe a gloria. Como a la buena gente, encuentra las tuyas y consérvalas. Agárralas con los dos brazos, llévatelas al pecho y abrázalas. Y, mucho mejor, si las puedes preparar, bailar, cantar y, después, pegar un bocado y disfrutar haciendo de ese, un momento estelar en la semana. Que crujan.
Periodista. Escribo y hago radio local. Me gusta comer bien, mi familia, y conducir. Todo mejor en 35 mm.
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