Después de ocho temporadas liderando las audiencias, La isla de las tentaciones vuelve una vez más a las noches de los lunes. A pesar de las constantes críticas —que si es “exagerado”, que si está “guionizado”…—, lo cierto es que cada edición consigue traspasar la pantalla y convertirse en un fenómeno en redes sociales, donde se multiplican los vídeos del reality y los debates sobre el comportamiento de sus protagonistas.
Pero ¿qué hace que este tipo de programas enganchen tanto? ¿Por qué generan tanta conversación? La respuesta no es sencilla, y los motivos para verlo son tan variados como los propios espectadores. Sin embargo, hay ciertos patrones que pueden ayudar a entender su éxito.
Durante un mes, cinco parejas viajan a la isla —ubicada en República Dominicana— para vivir separadas en Villa Playa y Villa Montaña, donde conviven con diez solteros y solteras dispuestos a poner a prueba su relación. En ese tiempo, disfrutan de fiestas, citas y momentos de convivencia mientras las cámaras graban todo lo que ocurre. Cualquier gesto que pueda incomodar a sus parejas será mostrado en las temidas hogueras, donde los concursantes se enfrentan a imágenes de lo que han estado haciendo sus novios o novias.
Marian Blanco-Ruiz, profesora de la Universidad Rey Juan Carlos y experta en género explica en un estudio cómo “la audiencia se convierte en una especie de voyeur, capaz de seguir viendo el programa por la curiosidad o el morbo de saber cómo van a actuar sus protagonistas”. Para entender la gran audiencia de la que disfruta La isla de las tentaciones, la investigadora considera imprescindible tener en cuenta “el aspecto de voyeur del ser humano, que quiere indagar o cotillear la vida de los otros”.
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Aunque el enganche sexual pueda captar a muchos espectadores, para Mireia Cosano, neuropsicóloga especializada en ansiedad que analiza el programa en sus redes sociales, es el factor de realidad lo que de verdad nos atrae. Al contrario que las series o películas, estos realities no están protagonizados por actores y actrices.
“Ver parejas normales que pueden hacer que (los espectadores) se sientan identificados con la relación, normalizando ciertas conductas o, al revés, dejar de normalizarlas en sus relaciones”, explica a LGN Medios, y añade: “Nos encanta juzgar las conductas de error y acierto en otras parejas según nuestros propios valores, sentirnos identificados con personajes o dinámicas de pareja”.
Belén Sánchez, psicóloga especialista en trauma, EMDR y terapia de pareja, define este programa como un “escenario donde convergen lo psicológico, lo social y lo cultural, un ‘todo en uno’, que nos expone a problemas con los que todos podemos relacionarnos en nuestro día a día”. Entre las principales razones por las que cree que nos sentimos atraídos hacia este tipo de programas, la psicóloga destaca cuatro:
- Observación desde una distancia segura: “Ver, desde la comodidad de nuestra casa, cómo otros enfrentan rupturas, celos e incertidumbre nos permite conectar con nuestras propias emociones. Esto puede generar cierto alivio al ver reflejados conflictos similares a los nuestros, ayudándonos a procesar y resolver nuestros propios dilemas internos”.
- La intensidad de las emociones: “Este tipo de conflictos están ligados a emociones fuertes como el amor, los celos, la traición y el arrepentimiento. Las emociones extremas tienen un efecto inherentemente adictivo para el cerebro humano, ya que actúan como una especie de ‘drama concentrado’ que nos mantiene enganchados y emocionalmente involucrados”.
- Comparación y empatía: “Ver cómo otras personas enfrentan infidelidades, rupturas y dilemas éticos nos genera fascinación, incomodidad y empatía. Nos atrae la posibilidad de comparar sus decisiones con las que nosotros tomaríamos en situaciones similares, alimentando nuestra curiosidad por lo que haríamos en momentos de alta intensidad emocional”.
- Evasión personal: “Finalmente, este tipo de programas también actúan como una forma de ‘anestesia emocional’. Nos ayudan a desconectar temporalmente de nuestros propios problemas personales, ofreciéndonos una vía de escape mientras nos sumergimos en la vida de los demás”.
“No tiene una finalidad educadora, pero educa”
Los programas de televisión pueden ser espacios de visibilización y aprendizaje de diferentes realidades. Según la doctora en investigación en medios de comunicación Marian Blanco-Ruiz, “lo que muestran los medios ayuda a la socialización y a comprender lo culturalmente legitimado”.
A pesar de que este programa “no tiene una intencionalidad educativa”, ya que, como explica Soraya Calvo González, profesora de la Universidad de Oviedo en Ciencias de la Educación y sexóloga, “es un producto de consumo para el ocio”, sí que puede llegar a educar sin quererlo. Y es que cuando alguna persona (en su mayoría adolescentes o jóvenes) tienen dudas sobre cuestiones que aparecen en este tipo de programas, toman lo que pasa en ellos como una posible respuesta: “No tiene una finalidad educadora, pero educa”.
“Muchos de los mitos que se reproducen en estos sitios, las conversaciones sobre el amor de la pareja, de la fidelidad y del deber al otro, se toman como si fueran axiomas o claves que tener en cuenta para tus propias relaciones personales”, advierte Calvo González, y añade: “Las personas jóvenes a veces no tienen otras fuentes de información”. Al igual que internet, este tipo de realities son “un referente para dudas”.
Al poder ser este programa un ‘referente’ para las generaciones más jóvenes, las expertas se preocupan por el tipo de comportamientos que se normalizan en ellos. Marian Blanco-Ruiz explica cómo, por ejemplo, el hecho de que se fomente en el propio programa el alcohol y las fiestas para desinhibirse y “utilizarlo como justificación para excusar el comportamiento sexual” sigue legitimando muchos discursos “que desde el movimiento feminista y administraciones se está intentando modificar y concienciar”. “Por otro lado, La isla de las tentaciones sigue penalizando la sexualidad de las mujeres, mientras que se sigue normalizando el ‘impulso sexual incontrolable’ de los hombres”, añade.
Según apunta Marian Blanco-Ruiz, hay muchos estudios que señalan cómo cuanta más diversidad se muestra, más normalización hay, como puede ser el caso de las relaciones homosexuales o en la visibilización de cuerpos. La isla de las tentaciones “no es nada rupturista en cuanto a cánones de belleza”, ya que los y las protagonistas son personas que están dentro del canon, sus cuerpos entran dentro de lo que se considera deseable por la sociedad. La investigadora afirma rotundamente que “la televisión es un medio hostil a la diversidad corporal”, incluido este reality, donde a través del concepto de “tentación”, se seleccionan personas que encajan en un ideal de belleza específico, con cuerpos atractivos y roles de género bien definidos.
¿Hay algo positivo en ver ‘La isla de las tentaciones’?
A pesar de que las parejas de La isla de las tentaciones se encuentran en un entorno con el que es difícil sentirnos identificados, lo cierto es que estas relaciones “están en nuestro día a día”. Así lo explica la neuropsicóloga Mireia Cosano, quien asegura que en sus consultas ve “muchísimas dinámicas de relación disfuncionales, y muchas de ellas aparecen en La isla”. De hecho, asegura que al salir en televisión las podemos ver exageradas, pero en realidad estamos en contacto con este tipo de relaciones y “las normalizamos”.
Para Cosano no es algo perjudicial que las dinámicas de estas parejas tengan un espacio en televisión: “Al contrario, lo veo como un reflejo de nuestra sociedad”. De hecho, cree que puede ser positivo para muchas personas ver algunas dinámicas que aparecen en el reality. Asegura que “muchas personas se pueden sentir identificadas”; incluso varias le han confesado que algunos de los comportamientos les recordaban a antiguas relaciones.
Ver desde fuera cómo se desarrollan ciertas relaciones permite analizar con más claridad actitudes que, en el día a día, podrían pasarse por alto en la propia relación. Algo que en una pareja se puede llegar a justificar fácilmente, visto desde fuera puede parecer una señal de alarma. La neuropsicóloga destaca que este tipo de programas pueden llevar a cuestionarse ciertos comportamientos: “Puede ayudar mucho a pensar en que ‘si a mi me estuvieran hablando así, ¿qué sucedería?’, “invita a la reflexión”.
La psicóloga Belén Sánchez, explica cómo los problemas a los que se enfrentan los concursantes —celos, inseguridades o traiciones— son temas universales. “Por lo tanto, verlos en pantalla puede permitirnos identificar nuestras propias conductas, temores o conflictos, llevándonos a reflexionar sobre cómo los enfrentaríamos nosotros mismos. Asimismo, observar cómo ellos lidian con estas situaciones puede hacernos cuestionar por qué ciertos comportamientos nos incomodan o nos parecen incorrectos, ayudándonos a redefinir nuestras propias ideas sobre el compromiso, la fidelidad y el respeto mutuo”, explica.
Al mismo tiempo, Cosano ve positivo que se muestren algunas realidades que no suelen verse en este tipo de programas. Es el ejemplo del episodio de ansiedad que sufre Alba, una de las concursantes, en el primer programa. La neuropsicóloga lo analiza en sus redes sociales:
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“Es tan bueno que una persona con ansiedad pueda entender y normalizar que le pasa a muchas otras personas”, explica Cosano. Cree que mostrar en prime time un episodio de ansiedad así “no es una exposición negativa porque es algo que ya ha pasado”, sino que puede ser positivo por la visibilización de estos episodios.
Soraya Calvo González, profesora de la Universidad de Oviedo, utiliza programas de La isla de las tentaciones precisamente para “analizar conflictos desde todas las perspectivas”, y reconoce que es un método muy útil y que atrae a sus alumnos y alumnas. Asimismo, reconoce que es un programa “potente para ayudar a analizar y detectar cosas” que “en personas externas se ve más claro”, como en sus clases. Sin embargo, reconoce que es necesaria “una capacidad de análisis crítico que no todo el mundo tiene”, y el propio programa no se caracteriza por tener un espacio donde se profundice en ello.
Calvo González, está segura de que La isla de las tentaciones “podría ser una buena manera de hacer educación sexual o emocional” sin necesidad de “cuestionar, criticar o despreciar a las personas que participan”. Le gustaría que desde la producción del programa fueran “más allá del ocio” y se convirtieran en “agentes educadores”.
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