Estamos a punto, y no quiero hablar muy alto, de volver a probar todas las cosas que nos gustan en nuestros restaurantes favoritos. Los gambones del Amaro Pargo en Leganés, la papada ibérica de Diego Guerrero en Dspeakeasy, las costillas de Kitchen 154, las brasas de Ferretería by EGO, la pescadería de Señor Martín… Se me hace la boca agua y los pies arena solo con pensarlo. Primero será en terraza y después volveremos al decorado que no es la calle y el aire -ya no- tan libre.

Pero qué poco queda ya para todo eso que no era lo importante. Estamos más cerca de poder juntarnos “los de siempre” para tomar esa cerveza cara a cara pero con distancia. Pero qué distancia, si nos la hemos estado tomando tú en tu casa y yo en la mía. Cuánto de lejos estamos si es ahora cuando nos hemos dado cuenta de a quién teníamos cerca y a quién no.

Aquello también, pero no solo, era la felicidad. La comida por delante. El ingenio de los sabores, lo divertido de los platos, la explosión en nuestros paladares. Ahora que nos hemos animado a cocinar en nuestras casas, vamos a valorar más el buen hacer de una sala y el trato cercano de los camareros.

Algunas todavía no sabemos de qué nos ha servido todo esto. Lo que sé es que, como yo querría que apostaran por mí, los pocos recursos que tengo quiero también destinarlos a disfrutar, a comer bien, y a apoyar a mis restaurantes favoritos. Estos meses me han alimentado bien los recuerdos de mis viajes, de nuestras cenas y comidas frente al mar o frente a nada, porque con un buen producto bastaba. Son todo maneras de decir siempre lo mismo: que hemos venido a disfrutar, a perder el tiempo solo si queremos perderlo y estar en paz, a ponerle un nuevo rostro al concepto “echar de menos”, y a ver la calle con otros ojos.

Está a punto de arrancar este nuevo mundo que no sabemos cómo será, pero que tiene un comienzo y eso solo puede significar una cosa: nos queda todo.