En la vida que vivimos, atados al tiempo como un perro a la puerta de un supermercado, cocinar se ha convertido en dos únicas cosas: una obligación ligada a la necesidad, o un placer reservado al ocio. Cuando la comida te la sirven por delante en el día a día, el fin de semana puedes permitirte el lujo de innovar, echarte la instagrameable copa de vino, colocar el libro de recetas en un atril dorado y jugar a las cocinitas. Deseadísimo sábado, bendito domingo, que nos dejan disfrutar de la más noble y disfrutable de las aficiones.

Llenar la casa de olor a guiso. El ajo friéndose despacio junto a unos trozos de pimiento rojo seco. Una hoja de laurel, tomate seco de mis amores. Vino viejo evaporando el alcohol y gestando una salsa inolvidable. Esta vida a la que hemos tenido que darle la vuelta como a un colchón viejo ha evidenciado que los intereses que estábamos teniendo no eran del todo sanos. Mirar el móvil no es un pasatiempo, disculpen. Ver la televisión, lo compro, pero a medias.

Aclaro que soy una defensora del arte de perder el tiempo, de vaguear para descansar y salir de la dinámica social que proponen los mismos que te invitan a salir de la “zona de confort” (otro día hablaremos de esto); sin embargo, reconozcamos que emplear nuestro recreo en hacer de comer es de lo más relajante y sabroso que puede hacerse. Leer un libro de recetas -de acuerdo si se hace en una web o en una red social, que también soy una mujer de mi tiempo- ya con la copa de vino en mano -no es necesario realizar esta actividad con alcohol de por medio, huelga decir-, ¡qué fasto de este primer mundo! Perdonen las aclaraciones, pero es que vaya mes, a todo esto, de altercados. Lo bueno es que esto ni es el twitter, ni yo una líder de opinión. Tan solo pasaba por aquí para comentar que, en esta vida que vivimos, la comida por delante se agradece, y aprovechar los ratos libres para cocinar harán de nuestro tiempo algo más especial y muy sabroso.