Las cosas que más nos gustan no pasan de moda. Las croquetas de Casa Julio, el cocido de la Cruz Blanca de Vallecas, la ensaladilla del Nájera, el tomate del Qüenco de Pepa, el pepito de ternera de Santerra. Por decir algo de puertas para afuera. El olor de la cocina de quien más quieres está fuera de toda categoría.
No entra en nuestras preferencias, sino en nuestro ADN, en nuestra razón de ser. Apetece siempre sentarse a la mesa familiar, y aspirar y quedarse dentro el vapor que desprende un plato caliente que llevamos tomando toda la vida.
Esa suerte de poder seguir haciendo algo a lo que nos hemos acostumbrado durante años, y que tiene ahora un valor y un sentido incalculable. Se llevan los brunch, el tardeo y el afterwork. Se lleva el pulled pork y los huevos benedict. Todo vale, pero nunca falla el calor del guiso a golpe de mortero. Los domingos de guardar en la casa familiar. Creo que se me ha metido algo en el ojo, y creo que a ti también.
Creo que es ahí donde está lo mejor de nosotros, lo que nos despierta lo que somos, y lo que pone al aire lo que verdaderamente nos hace felices. Yo prefiero siempre contemplar en el horizonte el peor de los casos. Las estaciones, una a una, han sido rarísimas; y la Navidad pinta semejante.
Pero no seáis como yo, que yo quiero ser como sé que sois vosotros. Haremos lo posible -y permitido, vale- por poner nuestro ADN al servicio de las circunstancias y nos querremos más, porque esas son nuestras cosas favoritas: las que amamos de verdad.
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