Por Almudena Jiménez
Últimamente, una de las frases que más le repito a todo el mundo es “lo que no tengo apuntado en mi agenda, no existe” y, en el instante inmediatamente posterior, me doy cuenta de a lo que ha sonado. Hay que ver los ímprobos esfuerzos que, a veces, hacemos las personas para no parecer imbéciles y, sin embargo, serlo de todos modos. Como ese periodista al que admiro y que escribe en los mejores sitios, y emprende los proyectos más sabrosos, pero que hace poco dijo que él “no va nunca a ninguna boda, ni aunque sea de sus amigos”, porque no le gustan. Dónde empieza la libertad de ser cada uno como quiera, y dónde empieza o acaba el convertirse en un absoluto idiota. Pienso mucho en esto, lo confieso. Qué bien te conoces, y cuánto me ha costado a mí llegar a la conclusión de que esa clase de afirmaciones son una especie de sentencias que te atan a una manera de ser y de vivir demasiado determinadas. Ser flexible, al fin y al cabo, soltar la cuerda en todos los aspectos, escribir más a lápiz quién soy y los planes que tengo, hace que todo sepa mejor.
A mí me encanta ir a la compra, pero ahora también tengo que anotar el día de la semana en el que me encaja más. No me considero por ello una persona más organizada, porque lo hago así al no tener más remedio. Eso da lugar a que apenas haya improvisación, y menudo aburrimiento. Sin embargo, algún que otro viernes, al salir de trabajar sobre las tres y pico de la tarde, llegamos a casa y no hay nada preparado, y es maravilloso. Como suena. Y, si hace un poco de mal tiempo y todo lo que puede hacerse es desde casa, mejor. Entonces, abrimos la nevera y, sin prisa -pero sin pausa porque el hambre aprieta-, podemos darle a la imaginación y cocinar con lo que haya.
El camino del trabajo a casa es ridículamente breve, pero el desembarco es pausado hasta que culmina con esa mirada, en pijama, a la nevera de arriba abajo. Desde la banda de arriba se nos lanzan dos cervezas bien frías, directas a las manos, y se enchufa el tocadiscos al son de Camarón. Esas palmas sordas se aprecian desde la cocina al volumen justo. Se acercan peligrosamente las cuatro de la tarde. Bromeamos con merendar -ya sabemos qué- salmón ligeramente crudo por dentro y bien tostado por fuera. Se consigue con la plancha a fuego vivo. ¿Qué más tenemos? Me chivan: cebolleta, mandarinas, fresas, un aguacate que no sabremos cómo se las gasta hasta que lo abramos, un mango un poco tieso todavía, un par de kiwis amarillos, y los aderezos que vayamos encontrando. Lo tenemos. Esto no estaba planeado. No anoté en mi lista de tareas “pasar el mejor rato de la semana”. Me parezco un poco más a quien quiero ser.
0 comentarios