Ética y tecnología: ¿Son los ingenieros responsables de lo que construyen?

Sep 10, 2024 | Salud y Ciencia

ética y tecnología

¿Quiénes deberían velar porque la tecnología no fuera perjudicial para el ser humano? ¿Quiénes tendrían que responsabilizarse de sus efectos negativos? Cuando la tecnología tiene consecuencias perjudiciales para la sociedad, se tiende a buscar a alguien que se responsabilice de ello. A menudo los señalados suelen ser dos: las empresas o los ingenieros.

Cuando se llevó a cabo el Proyecto Manhattan, que tenía como objetivo final el desarrollo de la primera bomba atómica, se planteó qué responsabilidad tenían los científicos e ingenieros con respecto a sus creaciones e inventos. Además, se planteó si ellos eran culpables de las muertes que causó este proyecto. Incluso Oppenheimer, a menudo nombrado como «padre de la bomba atómica», dijo que sentía “las manos manchadas de sangre”. A raíz de ello, Bruno Maltrás Barba, profesor del área de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Salamanca, habla de la “dilución de responsabilidad”. Hoy en día, la tecnología no se encuentra en manos de una persona, sino que a menudo depende de muchas en diferentes fases. Por ello, afirma que sería imposible encontrar un solo trabajador o ingeniero al que culpar. Sin embargo, considera que en algunas ocasiones estos son responsables y deberían asumir las consecuencias de sus tecnologías. Además, cree que no deberían olvidar el impacto social que pueden tener sus proyectos.

Maltrás también habla de la responsabilidad social corporativa, es decir, de la responsabilidad de las empresas para con sus acciones. Sin embargo, considera que en muchas ocasiones “al final nadie resulta penado o culpado”. Esto ocurre por dos razones: en primer lugar, los efectos de algunas tecnologías no son inmediatos, y cuando se manifiesta el efecto negativo siempre hay otros muchos factores a los que culpar; en segundo lugar, para diluir la responsabilidad muchas empresas o ingenieros tratan de refugiarse en la “neutralidad que según ellos caracteriza a la tecnología”.

“Cuando eres ingeniero cumples con una función por la que te pagan, pero eres consciente de lo que estás haciendo, eres consciente de que por pequeña que sea tu función esta puede influir positivamente o ayudar a que muera gente”, afirma Maltrás.

Aboga por la creación de leyes que hagan que las tecnologías sean controlables por más personas, para que las grandes decisiones no dependan “de unos pocos”. A la vez se pregunta: ¿Cuánto sería suficiente? ¿Bastaría con que fuera controlado por el gobierno de un país? ¿Un comité de expertos? ¿Toda la población? Considera difícil esta última opción, ya que por lo general “la sociedad no se implica en estos asuntos” y es muy fácil manipular la opinión de las personas. Asegura que la ciudadanía es capaz de aceptar y ver con buenos ojos un “destrozo ecológico” si una empresa les dice que se van a crear puestos de trabajo, obviando que pueden pagar por ello un precio muy alto en un futuro.

Maltrás considera que en general estamos educados para eludir la responsabilidad. Además, asegura que estamos avanzando hacia una “infantilización progresiva de la sociedad”, que no quiere asumir responsabilidades. Esto supone un problema cuando se trata de empresas o ingenieros, pues “todos van a intentar excusarse, nada es culpa de nadie, recuerda al dicho ‘entre todos la matamos y ella sola se murió’”, concluye. Cree posible aprobar leyes restrictivas que hagan que las tecnologías de un futuro sean “entrañables”, pero a la vez afirma que el poder es concreto y se encuentra en alguna parte, y las personas que lo poseen están dispuestas a protegerlo “a toda costa”. Esto puede terminar convirtiendo las tecnologías en factores de opresión más que de liberación para nosotros.

La otra cara de la tecnología

Sergio D’Antonio Maceiras, sociólogo y doctor en filosofía difiere en algunos aspectos con MaltrásEn primer lugar, D’Antonio expone que aunque hay tecnologías que en un principio están vinculadas a usos que podrían ser cuestionables, más adelante pueden tener una aplicación civil positiva. Un ejemplo de ello es Internet, que  surgió como una red militar de control de misiles. También destaca que en ocasiones, los ingenieros no controlan para qué se usan sus tecnologías (o cómo pueden ser usadas en un futuro), por ejemplo, la misma tecnología que hace posible el scroll de Twitter se está usando en el sector aeroespacial.

Maltrás considera que los ingenieros deberían ser conscientes de la repercusión de los proyectos en los que participan y de alguna manera ser responsables. Por otra parte, D’Anotnio afirma que sería deseable que no se construyera tecnología destinada a fines poco éticos, sin embargo, lo considera “muy difícil cuando el conjunto de incentivos sociales, culturales, económicos o del Estado son los que conducen a este tipo de tecnologías”. Expone el caso de los astilleros que se construyen en Cádiz, que dan trabajo a un porcentaje significativo de la población gaditana. En el astillero de Navantia se realizan principalmente proyectos para la Armada Española, pero también para la armada de Arabia Saudí, país que aun libra una guerra en Yemen. D’Anotnio admite que sería preferible que todas estas personas se dedicaran a la construcción de veleros (o cualquier otra variante), pero a la vez es consciente de que esta reconversión no es posible. “Ya que este cambio no es factible, habría que replantearse las consecuencias de tomar una decisión ética, pues esta decisión haría pasar hambre a muchas familias gaditanas”, añade.

“Decir que la ingeniería o el trabajo de los ingenieros es ‘malo’ es muy sencillo, es trasladar al otro las responsabilidades; es hacer que ellos busquen las soluciones mientras el resto podemos quedarnos tranquilos”, afirma D’Antonio.

A la vez, aboga por una responsabilidad compartida. Sería deseable que la ingeniería como disciplina se interrogara sobre la responsabilidad que tiene en el mundo actual, pero D’Antonio afirma que “no es tarea de la ingeniería responsabilizarse de sus productos, para ello está la sociedad, el poder legislativo, el ejecutivo o el judicial, que pueden guiar, prohibir o animar a la ingeniería en sus proyectos”.

Jesús González Barahona, ingeniero y doctor en ingeniería de telecomunicación, no cree que haya que buscar culpables en este tema. “Si hubiera que buscar culpables, serían probablemente las empresas, pero ¿no serían también culpables las personas que tienen en sus móviles muchas aplicaciones aun sabiendo que estas están aprovechándose de sus datos?”.

Afirma que la tecnología se despliega de una manera determinada y hay muchos factores que influyen en esto, como las empresas, los individuos y la combinación de ambos. Sin embargo, González asegura que al final depende de “todos” que una tecnología se despliegue de determinada manera o no, ya que “si de entrada socialmente no nos interesa el efecto que produce o va a producir cierta tecnología, esta tiene muy pocas papeletas para que se desarrolle o triunfe”, pero afirma que a menudo los incentivos de las empresas superan la preocupación social.

Algo en lo que estos tres expertos están de acuerdo es en la necesidad de una responsabilidad compartida. D’Antonio se pregunta por qué le tendríamos que pedir a los ingenieros que tengan unas responsabilidades o una ética que la sociedad muchas veces no tiene:

“A menudo se exige a un ingeniero que no acepte un trabajo que no es ético, a pesar de que sea su única oferta o tenga la posibilidad de ganar más dinero. Mientras, muchos de nosotros nos replantearíamos aceptar un trabajo en contra de nuestros ideales por los mismos motivos. Por ejemplo, ganar un mayor sueldo en un periódico con el que no compartimos ideología”, afirma.

No se debe olvidar que lo que para algunas personas no es ético, para otras personas puede ser útil. El hecho de que tu móvil sepa tu dirección o algunas de tus preferencias, puede ser considerado como una invasión de la privacidad o como algo de lo que te puedes beneficiar en el día a día. Sin embargoGonzález cree que sería posible desplegar otras tecnologías para que las personas tuvieran alternativas entre las que elegir, y que fuera una decisión individual el escoger una u otra. De esta manera, podríamos juzgar cuál es de ellas es más ética o cuál se ajusta más a nuestros ideales. Con ello, la decisión ética y social se convertiría en una decisión puramente personal e individual. De hecho, afirma que ya existe la capacidad para hacer tecnologías más éticas, como es el caso de aquellas que son menos invasivas con nuestra privacidad (como plataformas de correo electrónico o videollamadas cifrados), sin embargo, aceptamos aquellas que nos presentan en primer lugar. González asegura que aceptamos la tecnología igual que aceptamos el tiempo: “Si llueve cogemos un paraguas y si hace calor nos quitamos el jersey”, pero también recalca que no somos conscientes de que podemos controlar la tecnología de manera colectiva, y no hacerlo nos perjudica.

Decidir si los efectos de la tecnología son deseables o no es una consideración que debe hacer la sociedad, según González. Cree que esta “debe ser consciente de que el poder de decisión existe”, y que depende de la voluntad de las personas que “las cosas cambien”. Si tenemos en cuenta la sociedad de consumo en la que vivimos, la presión social que mencionaba D’Antonio y la pasividad ante la tecnología de la que hablaba González, parece difícil que la sociedad actúe. Si a todo esto añadimos los intereses de las empresas, es normal que se comercie con nuestros datos prácticamente a diario.  González asegura que si nos preocupara que nuestros datos se vendieran, seguramente habría un mercado para esas personas dispuestas a comprar productos que protegieran su privacidad. Y esto no es aplicable solo a la privacidad, sino que sería extrapolable a cualquier tipo de tecnología.

Es evidente que la tecnología se despliega según los intereses económicos y políticos de las empresas, y esto a veces es perjudicial para la sociedad. El ciudadano o ingeniero medio parece no poder hacer mucho de manera individual, sin embargo, la preocupación colectiva, con apoyo legislativo, si que puede promover el cambio. Por ello, depende de todos nosotros y nosotras lograr que el aporte de la tecnología a la sociedad sea siempre positivo.

Anabel Cuevas Vega

Anabel Cuevas Vega

@anabelcvs | Periodista y Humanista. Escribo sobre Filosofía e Historia del Arte en infoLibre, y también sobre cultura en LGN Medios. Antes he pasado por Público y la revista En el vértice.

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