No hay que perder las ganas, eso es lo último. Todo se nos planta en la cara, como una bofetada de la que no se puede escapar; y también nos atacan por la espalda. Hay que tener aguante, cómo no. Pero es ahora cuando una ve de qué pasta está hecha, y de qué materia están formados los demás. Si antes había riñas, roces y conflictos generados por el dificilísimo encaje para cuadrar fechas y turnos navideños, lo de este año se pasa. Pero qué complejidad puede tener esto, si lo comparamos con el esfuerzo que nos han exigido estos meses; o con el sacrificio del personal dedicado a curar, sanar y cuidar a otros.
Los sabores van a ser los mismos que el resto de los años, y significará que no se está tan mal en lo económico, que ya es mucho. Las casas olerán a cordero, a marisco, a jamón de capricho, y a lo que cada uno buenamente pueda. Tendremos que dejar correr el aire, abriendo las ventanas y, también, ensanchando la manga evitando discusiones y agradeciendo estar sentados a la mesa. Quiero acordarme mucho en este texto, el último antes de las fiestas, de todos aquellos a quienes esta pandemia ha dejado sin algún ser querido; también de aquellos que salen cada día a pelear sus trabajos, sus negocios, y aún así están penando por mantenerse a flote. Sois fuertes, aunque es esa fortaleza la que se ha visto asaltada como nunca. Sacad al ejército que tenéis dentro, que os proteja. Ojalá que lo haga.
Este año la oscuridad se ha visto como nunca, pero hay que salir a faenar linterna en mano en esta noche de varios meses, apartarla y abrirnos camino alumbrando todo a nuestro paso. Salgamos todos, faroles en mano, con cañón de luz el que pueda; y busquemos lo que nos ayude a salir de ésta. Ya se ve el faro. Arribaremos.
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