Tal día como hoy en un pasado 2020, el gobierno da la voz de alarma y nos confina en casa por dos semanas
Esas dos semanas no se convirtieron en uno, ni en dos, sino, finalmente, en tres meses de confinamiento para la población española, y, prácticamente, para la población mundial. El mundo se quedó en silencio, y los mayores monumentos de nuestro planeta sintieron la soledad de una población que no sabía lo que se le venía encima.
En el mismo momento de la noticia, gran parte de nosotros se tomó esas dos semanas como unas “vacaciones“, una excusa para descansar de nuestros trabajos, estudios y responsabilidades… Algo que también dice mucho del cansancio de la sociedad, y algo de lo que nadie ha reflexionado, como, con total desconocimiento, esas dos semanas nos empezaron haciendo hasta “ilusión”.
Sin embargo, cada vez que la prórroga de ese tiempo se ampliaba, sin poder salir a la calle y sin poder ver a nuestros seres queridos, la situación se hacía más cuesta arriba. El conocimiento es poder, algo de lo que no podíamos presumir en aquel momento porque nos enfrentábamos a algo nuevo, algo que quitaba vidas y a lo que solo podíamos dar tiempo.
Hablar de lo duros que fueron esos tres meses es algo que a la mayoría se nos atraganta. Inclusive aquellos que su situación fue mejor que la del resto, sin pérdidas de sus seres queridos y con una buena situación en casa, hablar de ese sonado confinamiento sigue llenándonos los ojos de lágrimas.
Las salidas al balcón a las 20:00 de la tarde religiosamente cada día era la única unión que teníamos con el resto del mundo, y es, como poco, espeluznante. Todavía siento cómo se me erizaba la piel cada vez que había que aplaudir, un momento donde, al menos, podías ver a tus vecinos y preguntarles que tal su situación, alzando un poco de más la voz. A través de la ventana también pasaban las estaciones, y es que, entramos un 14 de marzo en casa con temperaturas aún invernales y salimos de ella en un final de mayo, donde los primeros paseos sabían a gloria y rozábamos prácticamente el verano.
La vida no se paró, pero sí las nuestras, y la de todas las personas que perecieron a causa de este virus, que, como poco nos ha hecho, aprender, comprender y apreciar los días. Un legado que se enseñará a las futuras generaciones a través de nosotros, y que esperamos, de todo corazón, que no se vuelva a repetir.
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